Kim llevaba veinte minutos esperando para hacer una llamada de teléfono. Con 30 grados de calor en primavera y sin muchas esperanzas de que realmente estuviera conectado, insertó unas monedas en la ranura de ese aparato con aspecto de no haber sido renovado en muchos años.
¿Qué hacía ella en esa ciudad que se vestía todavía de luto, mantilla, boina y alpargatas? ¿Quién le había engañado para embarcarse en un grupo de música pop y respirar ahora azahar y tomillo? Tenía que encontrar un lugar para dormir unos días y no estaba precisamente en Little Rock, donde los moteles poblaban las carreteras.