Se lo va a encontrar en menos que cante un gallo, si es que no acaban en el metaverso todos.
Va usted al mecánico: «tiene la EGR, la caja de cambios, el embrague y el catalizador hecho cisco».
Como vive al día, se queda más blanco que el protagonista de Crepúsculo.
El robot, que no pestañea, le escupe un presupuesto de 6.000 euros, con paga y señal de 1.000.
En el clavo, como el VAR del fútbol, o la app del banco. La tecnología no tiene sentimientos y pronostica cruelmente.
La «roboidiotización» llegará.
Pero no sufra, internet todavía tiene seres humanos que pueden consolarle.
Gaitán, el azote de las marcas y trileros de compra venta. Es incorruptible. Ni Tesla, ni nadie le tose.
Si no, acuda a Irati, una experta en electrónica de coches.
O Marius, un manitas que por cuatro duros le resuelve el problema,
O Talleres Piba, el de barrio que nunca falla
Se tarda menos de un minuto en ensamblar un coche con robots.
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En el PIT STOP los humanos aún siguen siendo más rápidos que las máquinas: dos segundos, o menos.
El/la del taller le soplará mínimo de dos horas a cinco días, según la avería. Después de las banderillas, vendrá el picador. En el tercer tercio, al desguace directo.
Las máquinas acaban de aterrizar en los talleres, y en breve esos personajes tan típicos del barrio puede que desaparezcan, o no.
Llegarán los robots a los dentistas, a los comercios y a los cuidadores de ancianos. Por el momento, ya están en los quirófanos esperándole para coserle y curarle, aunque igual le cuesta un riñón, como el coche eléctrico que se miró en una revista antes de recoger su vehículo.
Asegúrese, ninguna máquina es perfecta: «Un robot se equivoca citando a los pacientes en Toledo».
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