Siempre pregunto en las aulas de la Universidad por qué nadie lee el periódico. La respuesta siempre es la misma: «no tiene nada que ver con mis intereses«.
No es una crisis del papel, sino de la renuncia a las funciones sociales de la comunicación. Una oferta de contenido que satura la paciencia de la audiencia más revolucionaria de la historia.
Cada mañana los jefes de prensa de los partidos políticos miran si han copado los ránkings de internet y redes sociales, las páginas, las webs, los blogs, las imágenes de televisión y las horas de radio.
La comunicación mediática es, como diría el fiscal, «la cañería» de esta estrategia y al mismo tiempo víctima de la vaciedad, redundancia y rutina dialéctica.
Es el mejor modo de distanciarse de los intereses reales de la audiencia. Someterse al dictado del márketing político y no de la evidencia y las preocupaciones sociales.
La Vanguardia se regala en el cercanías de Barcelona y el Diario Información en los campus de Alicante. Pero casi molesta más que informa y es el crucigrama de la última página lo único que atrae a la gran masa. En sus versiones digitales «venden» lo que ya ha sido pasto de las redes sociales y ciberdiarios.
Los titulares nacionales da la impresión que se hacen a medida de grupos de presión y a cambio de prebendas, no en relación a las demandas informativas de la calle. ¿Ha emergido la industria cultural degradadante de Adorno?
Los que acaban la universidad, no tienen trabajo y son carne de máster; los que entran y no saben si les valen quince años de inglés estudiado en los colegios; los que cobran 500 euros y son «asociados» en el claustro universitario; los que dejan de cotizar y de existir en el mercado laboral a los cincuenta años; los que llegan sin papeles y se van para saltar otros muros; los que no pueden pagar cada mes 200 euros de luz, agua y gas; los que barraconean en colegios; los que no tienen cama en el hospital ni donde pasar su vida dependiente en un centro sociosanitario…
Y así haríamos una lista interminable de necesidades eclipsadas por la última excentricidad política.
Desde hace años La Verdad de Murcia suele fotografiar la chapuza de la gestión municipal citando a su responsable y contabilizando los días sin que lleva resuelta. Es un espejismo.
Como en el resto de la prensa, los titulares de presunta corrupción, o del mismo alcalde de Cartagena; ciego ante sus miserias locales, rellenan el papel con debates estériles.
Recientemente en una entrevista en Radio Nacional de España a una senadora de ERC, se dejaba entrever la cansina cantinela: «Si no ganamos el referéndum, pues seguiríamos porque el objetivo es una Cataluña independiente»…
Claro , un bucle infinito de taladreo informativo del que no nos libraremos nunca.
Quizá una ley que evite los oxímoron ideológicos en los programas políticos electorales -a favor para cobrar y en contra del sistema para medrar-nos salvaría del rapto del interés social.
Mucho que ver las ayudas oficiales. Lluvia de de euros para los grandes, donde la sequía de fórmulas atractivas para los lectores es más pertinaz que nunca. El ejemplo de Cataluña es evidente.
En manos de los bancos por sus deudas, (Alfonso de la Quintana), los diarios tienen que satisfacer la presión de la cleptocracia al mismo tiempo, o posiblemente del capricho manipulador totalitario. Un clásico.
¿El bajo índice de lectura no será por un bajo índice de interés merecido?
La relación es evidente.
El empoderamiento está en los públicos, no en las editoras.